viernes, 11 de febrero de 2011

LA EDUCACIÓN ETICA EN EL PERÚ. Por Milagros Paucar Muñoz

LA EDUCACIÓN ÉTICA EN PERÚ
Lic. Milagros Paucar Muñoz

El tema de la educación ética también debe ser atendido cuando se habla de reformas educativas. En el Perú, el modelo imperante para “educar en valores” asume que la virtud se adquiere mediante el hábito o la práctica, y considera que el entorno es el factor más importante en el crecimiento moral de la personas. Un enfoque como éste descuida la importancia de los procesos cognitivos y afectivos. La psicología evolutiva permite saldar esta omisión y proporciona herramientas para entender que el desarrollo moral no se logra con el cumplimiento de las normas sociales sino que es resultado de la reflexión y el razonamiento.

Las preocupaciones respecto a los problemas de la educación en valores son comprensibles y válidas. Preocupa observar escándalos de corrupción todos los días y constatar el grado en que la corrupción ha calado en todas las esferas de nuestra sociedad. Es legítimo intentar encontrar en la educación explicaciones para estos comportamientos, pues los corruptos pasaron alguna vez por la escuela. Es legítimo también poner las esperanzas en la educación como la mejor manera de prevenir que sucesos como los que vemos a diario ocurran en el futuro. Sin embargo, las soluciones que desde diversas instancias se plantean para esta problemática son cuando menos insuficientes, sino abiertamente equivocadas y nocivas para los fines de la educación.

En nuestro país, el modelo imperante para “educar en valores” es el tradicional o de inculcación, el que denota un estilo particular de entrenamiento moral y también ciertas creencias acerca de la naturaleza de los niños y de sus modos de aprender. En este modelo se le da importancia al carácter de los agentes. La virtud se entiende como la excelencia o el bien moral; desear ser virtuoso es positivo pues desarrolla la personalidad a la vez que contribuye al bien general. Este modelo educativo asume que la virtud se adquiere mediante el hábito o la práctica.
Desde esta perspectiva, lo moralmente correcto se define según las normas de la cultura y de sus principales instituciones sociales; una persona moral es alguien que ha interiorizado los valores, tradiciones y reglas de la sociedad, y que posee además una gama de virtudes que se asumen fundamentales, tales como la lealtad, el respeto, o la responsabilidad.

Si bien desde la filosofía ética y moral no son sinónimos, en este artículo se sigue la tradición psicológica y se usan como si lo fueran. Ambos conceptos aluden aquí al sentido de la vida por un lado, y a las normas de convivencia por el otro.

En tal sentido, los conflictos éticos se entienden como ‘pérdida’ de valores, pues se cree que los problemas sociales y el decaimiento general de la sociedad llevan a las personas a perder aquellas virtudes y valores tradicionales que tenían en el pasado. Desde esta lógica, el ideal educativo es reestablecer el orden social mediante la vuelta a la tradición y a aquellos valores y prácticas culturales perdidos que se asumen universales. Para ello, se plantean estrategias pedagógicas basadas en listados de valores específicos (“bolsas de virtudes”) y metodologías tipo “el Lunes toca honestidad”, mediante las cuales se escoge un determinado valor y se le asigna un día, semana o un mes propios.
Lo dicho anteriormente presupone un catálogo fijo de bienes eternos e inmutables que se ‘siembran’ a partir del adoctrinamiento y la prédica, y el uso de exhortaciones y métodos extrínsecos (premios y castigos), diseñados para hacer que los niños opinen poco, trabajen más duro y hagan lo que se les dice. Además de ser arbitrarios por naturaleza, y de confundir el dominio moral (por ejemplo, reconocer la dignidad de los seres humanos y tratarlos como fines, no simplemente como medios) con el de las buenas costumbres (trabajar en silencio, levantarse del asiento al saludar, o llevar el pelo corto), diferentes investigaciones demuestran que estos listados no resultan en ningún compromiso a largo plazo con ninguno de los valores propuestos, y mucho menos arrojan luces sobre cómo estos valores se relacionan unos con otros. En otras palabras, estos enfoques de inculcación han demostrado sobradamente que son ineficaces para el desarrollo de los estudiantes como seres humanos reflexivos, ‘empáticos', críticos y autónomos.

En nuestro país, además de la primacía de este enfoque tradicional, está el asunto militar.
La educación peruana tiene una larga tradición militarista. El Perú es de hecho uno de los pocos países que aunque se considera democrático celebra marchas de tipo militar en las escuelas, en las que los niños y jóvenes desfilan en las calles vistiendo a veces uniformes militarizados, y los más pequeños cascos y fusiles de juguete.
La página Web del Congreso de la República (http://www.congreso.gob.pe) muestra a la fecha ocho proyectos de ley que proponen o han propuesto restituir la instrucción premilitar en la educación pública. Argumentando que es necesario promover el amor y respeto al Perú, la protección de los intereses nacionales y la participación de los estudiantes en la defensa nacional, estos proyectos (algunos de ellos felizmente archivados) plantean reinsertar la instrucción premilitar, la que estaría a cargo del Ministerio de Defensa y sería impartida no por profesores sino por personal militar en actividad.
Esta forma de pensar está lamentablemente muy extendida. Se añora la rigidez y el autoritarismo de la disciplina militar, planteándose contradictoriamente que de allí surgirán conductas democráticas. Se olvida que sin discernimiento público, libertad de elección y espíritu crítico sólo se puede tener una educación paternalista, antidemocrática, asimétrica en su organización y en la distribución del poder. Una educación que a la larga solo formará siervos, nunca ciudadanos.

La formación ciudadana es, o debería ser, un área fundamental de cualquier propuesta educativa, orientada a que los estudiantes se reconozcan como sujetos de derechos y puedan ejercer tales derechos en una cultura y un sistema democráticos. De hecho, el diseño curricular nacional para la Educación Básica Regular (Ministerio de Educación, 2005) plantea como dos de sus objetivos principales el desarrollo personal y el ejercicio de la ciudadanía.

Sin embargo, a pesar de que los agentes educativos reconocen plenamente la importancia de la formación ciudadana y, desde un punto de vista más general, de la educación en valores para la consolidación del sistema democrático (Frisancho, 2002), esto no ha redundado en ninguna propuesta coherente sobre el tema.

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